Todavía hace
frío, pero ya dentro de pocos días empezará la primavera.
El verde borra
el gris poco a poco.
Desde que se
levantó a las dos de la tarde, hasta que se marchó a la calle, Wesley no tocó
el diario que le había regalado Albert. Ni siquiera lo miró. Sabía que la noche
anterior había escrito algo, pero no lo recordaba. No quería recordarlo.
Aunque sabía
que tarde o temprano le vencería la tentación y lo leería.
Wes bajó a la
calle sabiendo que el diario se había quedado abierto sobre la mesa de su
habitación. Salió a la calle y al darse la vuelta después de cerrar la puerta
con llave, vio a Charlie sentado en el techo del coche del señor Atkinson,
fumando. Sí, en el techo del coche.
─¿Has dormido
bien soldado?
─Sí, todo
correcto.
Wes todavía
tenía la voz ronca de la noche anterior, pero Charlie le sacó media sonrisa
solo con saludarle. Todo era culpa del humo, de los líquidos incandescentes y
del frío. Wes no era consciente de que había convertido todo eso en rutina. Era
consciente de que le gustaba, de que no sobreviviría mucho si pensase en seguir
con esa vida a largo plazo. Aunque muy pocas veces pensaba en lo segundo.
─Ese es uno de
los coches del señor Atkinson. Y tú has osado sentarte encima.
─También me
siento encima de los coches del señor Addley. Me siento encima de muchos coches
─
siempre con el
tono irónico que ellos mismos habían inventado ─. Sentarme a fumar encima de los
coches que hay aparcados por aquí es la mejor metáfora que se me ha ocurrido
nunca. Porque el tabaco es mi mejor laxante.
─Es una metáfora
preciosa, soldado Charlie. Aunque seguro que a Byron no le gustaría.
─Sí. Por eso no
volveremos a vagar tan tarde en la noche, aunque el corazón siga latiendo…
─... y la luna
conserve el mismo brillo.
Charlie bajó
del techo del coche y emprendieron su camino hacia el bar de Albert, el ‘Epsom
Straight’. La recta final del hipódromo de Epsom era también la recta final de
cada día y de cada noche..
Wes no paraba
de preguntarse qué habría escrito la noche anterior. No era capaz de adivinar
cuál sería la cantidad exacta de tonterías que habría escritas en aquel papel.
─Ayer Emma no
estaba en el teatro.
─Lo sé.
─¿Te importó?
─Eso no lo sé.
─Ya.
Caminaban despacio.
Nunca tenían prisa. Debían ser las dos únicas personas de Londres que nunca
tenían prisa.
─Deberíamos
irnos a Cuba o a Puerto Rico. O a Jamaica.
─Yo creo que
primero deberíamos hacer algo aquí.
─Hacer algo
aquí. Pásame un cigarro y explícame eso.
─Tenemos que
hacer algo. Deberíamos aportar algo. A nuestra manera. Tenemos todas las
facilidades del mundo y tenemos que aprovecharlas de una vez. Está muy bien
todo esto que hacemos, esto que para todo el mundo se reduce a no hacer nada y
a vivir del cuento para mí significa mucho, pero hay que hacer algo más. Hay
que conseguir que haya gente que sepa que existamos. Y el paso siguiente será
conseguir que la gente quiera que existamos.
─¿Has dormido
bien?
─Sí… Eh… ¿has
escuchado lo que te he dicho?
─Claro que te he
escuchado, pero me preocupa saber si el soldado Atkinson ha dormido bien.
─Sí,
sorprendentemente sí.
─Me parece bien
eso que dices de hacer algo más. Y creo que sé lo que podemos hacer.
─¿Lo dices en
serio?
─Sí. Bueno, no
es precisamente serio, pero es una idea. Es un bar.
─Un bar.
─Sí joder,
abrimos un bar.
A Wes le había
encantado la idea de Charlie, pero se quedó un rato en silencio para crear
suspense y que el soldado de pelo imposible se pusiera nervioso. Wes fumaba
lento y andaba con la mano izquierda metida en el bolsillo de la gabardina,
jugando con los tres comprimidos de hidroxicina que llevaba siempre encima.
─Bueno, ¿qué
dices?
Caminaba
mirando al suelo, Charlie le miraba expectante. Wes no levantó la cabeza, pero
sí la mirada, y también esa sonrisa absurda que sale a flote cuando algo te
ilusiona.
─Que tenemos que
empezar a buscar local.
Charlie ya
sabía que la sonrisa absurda de Wes escondía un “SÍ” gritado en silencio.
─¡Buenas tardes
muchachos!
─¡Buenas tardes
coronel!
Los viejos de
siempre ocupando las mesas de siempre en el ‘Epsom Straight’. Las mismas
banquetas ocupadas por los mismos cuarentones recién salidos del trabajo.
Albert era
irlandés, y lo sigue siendo. Cuando los chicos le presentaban a alguien en el
bar siempre le anunciaban como el “coronel Albert O’Brien, propietario del
Epsom Straight y fiel e irlandés defensor de Su Majestad la Reina Isabel II”, y
no hubo una sola ocasión en los últimos años en la que Albert no añadiese: “si
el Señor me lo permite, seguiré siendo el mismo mañana”. Aquella tarde Albert
estaba contento.
─¿Dónde acabó
ayer la noche?
─En la puerta
del teatro. En el banco que hay frente a la puerta del teatro.
─¿Y pasó algo?
─Nada, estuvimos
un rato ahí, esperando a que se abrieran las puertas. Se abrieron y no salió
nadie. No salió nadie. ¿Verdad, Wes?
Wes ya había
empezado a beber y a fumar. Ya estaba sentado en la barra escuchando con gesto
firme a Charlie y a Albert. Su mirada se perdía en los brillos que plagaban la
barra de madera del Epsom Straight. Y contestó a Charlie.
─No, no salió
nadie.
─Y después, un
paseo hasta casa. Y a soñar. Voy un momento al baño.
Charlie
desaparece de la escena y Albert se queda con Wes, que da un trago a la pinta
que hacía guardia sobre la madera, entre el coronel Albert y él.
─Apenas dormí
anoche. Me puse a escribir en el cuaderno que me diste. Y no he leído lo que
puse. No me acuerdo. Y me da pánico volver a casa y leerlo.
─Pues pasa la
página.
─Pero al mismo
tiempo me muero de ganas de leerlo.
─Pues entonces
léelo, muchacho. No te hará daño. Si lo haces bien, tu diario se convertirá en
tu espejo. Lo que veas escrito acabará siendo lo que eres.
─Seguro que lo
leeré. Ahora cuando venga Charlie tenemos que contarte algo.
Y suena la
cisterna, y cinco segundos después, el soldado de melena imposible vuelve a
escena.
─Charlie, ¿qué
tenemos que contarle a Albert?
─El Parque de
Atracciones.
─¿Qué significa
eso?
─No lo sé pero
es el nombre que he pensado.
Cuando les
escuchaba hablar de algo que él desconocía, Albert nunca pensaba en algo bueno.
─Albert, Wesley
y yo hemos pensado en abrir un bar.
Albert tardó en
reaccionar. Parecía que no había escuchado lo que Charlie acababa de decir.
─Si esto es una
despedida, ya sabéis lo que hay: tened cuidado, pedid perdón y dad las gracias.
Siempre.
Y abrió el
grifo de cerveza. Albert interpretaba que los dos jóvenes habían decidido
empezar una nueva vida. Borrar todo lo que había ocurrido antes de ese día.
Pero no era así. Ellos no eran conscientes, pero Albert era uno de los motivos
por los que su vida merecía ser vivida.
─Albert esto no
es una despedida. El bar abrirá por las noches, y nosotros seguiremos viniendo
aquí.
─Será la primera
vez en vuestra vida que tendréis responsabilidades.
─Sí pero tenemos
ganas. Yo tengo ganas. Y Wes no dice nada, pero las ganas le están matando.
─Si nos sale
bien, creo que es lo mejor que habremos hecho nunca.
─Bien. Me gusta
que hagáis esto. Me gusta que hagáis cosas. No sabéis lo triste que es
encontrarse a gente demasiado adulta arrepintiéndose de todo lo que no hicieron
cuando deberían haberlo hecho.
─Queremos que la
gente quiera que existamos. Wesley lo ha dicho antes.
─En realidad yo
quiero mucho más que eso. Pero hay que partir con esa máxima.
Wes nunca supo
realmente por qué aceptó la propuesta de Charlie. No quería que su vida girase
en torno a un bar. Ya lo había hecho durante toda su adolescencia, y no hay
duda de que si a Wes le ofreciesen volver atrás en el tiempo y revivir todo lo
que ocurrió desde que tenía doce años hasta esa tarde de marzo, únicamente
soltaría un ‘no’. Un ‘no’ cargado de asco y de miedo. Wes necesitaba aprender a
distraerse. Aprender a fracasar. Y montar un bar era bueno para las dos cosas.
Más para la segunda que para la primera, porque Wes no quería distraerse. No
quería tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. Ya conocía esa
sensación. La conocía muy bien. Demasiado bien.
─¿Has dicho ‘El
parque de atracciones’?
─Y por dentro
será como un club de caballeros abandonado.
─Y encima de la
puerta las letras hechas con neones rojos. Rojo prostitución.
─Y una barra de
madera como esta.
─Y whisky
escocés. Mucho whisky. Cascadas de whisky escocés. De los grifos de los baños
saldrá whisky escocés.
Ya habían
vaciado una botella. Eran las seis de la tarde.
─Soldados, les
informo de que los dueños de los locales no deben consumir bebidas alcohólicas
mientras están de servicio.
Frenaron las
fantasías. Wes miró a Charlie. Charlie miró a Wes. Era demasiado pronto como
para parpadear tan rápido y para tambalearse tanto. Pero aún así Charlie se
atrevió a contestar al viejo y sonriente Coronel O’ Brien.
─¿Qué cuando
tengamos el bar no podremos beber?
─Eso es, soldado
Addley.
─Bien pues… Wes,
ya sabemos cuál es la primera norma: “En ‘El Parque de Atracciones’, los
propietarios SÍ podrán consumir bebidas alcohólicas, siempre que sea con fines
terapéuticos’.
Sonrisas
cómplices la de Albert y la de Wesley tras escuchar las estupideces que soltaba
Charlie, que hundía las manos en su pelo como si buscara un tesoro escondido.
Albert estaba orgulloso.
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