Muchos días
después de que empezara todo veo desde la habitación del hotel cómo brilla el
sol en Jamaica.
Es un sueño
cumplido. Una semana aquí, los dos. Charlie quiere batir el récord de más
litros de ron bebidos en el Caribe en una semana, y creo que lo batió el primer
día. Esta isla está en otro mundo en cuanto sales del recinto del hotel y
conoces a un par de personas. Conoces a los surfistas, hablas con hombres de
rastas grises, fumas con ellos el ‘chalice’ y sientes que estás haciendo
historia.
Estas playas
deben ser los pocos fragmentos del paraíso que quedan en la Tierra. Cada noche
en la playa la hierba se consume y se mezcla con el ron y con el agua de coco.
Y nos quedan tres días. También quedan tres días para que acabe este año. El
año más raro de mi vida. No tengo ni idea de lo que está pasando en Londres. De
nada que esté ocurriendo fuera de estas playas.
Hoy Londres
está en otro mundo. No sé si quiero volver. Tengo que volver. Pero no sé si
quiero.
Echo de menos
el whisky. Sé que en Londres tengo cosas mucho más importantes pero ahora me
acuerdo del whisky y lo escribo. El whisky es la bebida que más me gusta. Mi
compuesto líquido favorito de todo el mundo.
Fue la primera bebida alcohólica que me gustó, y me gustó mucho.
Demasiado. Tardé muy poco en darme cuenta. Llevo años enganchado. Me ha dado
muchos momentos malos, y algunos buenos también. Otros que no sé si son buenos
o malos, pero que sin duda son los mejores. Es una de mis pocas obsesiones. Me
atrajo sin probarlo. Esa botella perfecta, cuadrada, rellena de brillos
cobrizos. Y cuando lo probé todo fue a más. Solo me descubría cosas buenas. Todo
en esa botella era perfecto. Y cada vez más perfecto. Hasta que un día te hace
vomitar. Piensas que al día siguiente no lo querrás volver a probar, que nunca
más querrás volver a ver esa botella.
Y la ves al día
siguiente. Te acuerdas de todo lo malo que te dio el día anterior. Y todo
vuelve a dar igual. Todo lo malo que te da, todo lo malo que te ha dado, y todo
lo malo que te podría dar es mil millones de veces mejor que todo lo que otra
cosa te pueda ofrecer.
Por todo eso,
echo de menos las botellas de whisky de Albert. Las echo mucho de menos.
Me quedan tres
días en Jamaica. Escribo delante de la ventana, y desde aquí veo a Charlie
fumando en la playa.
Hemos fumado
muy poco tabaco aquí. Llevamos barba de profeta. Vivimos comiendo dos veces al
día.
Charlie tiene a
su lado una botella a punto de acabarse. Charlie debería quedarse a vivir aquí.
Aquí respira bien. Creo que Londres es demasiado gris para él.
Cuando me habla
de sitios como Jamaica o Puerto Rico, sé que me habla el Charlie más auténtico.
Nunca ha hablado de Londres de la misma forma que de las barras de bar del
Viejo San Juan, o de los surfistas de Bull Bay.
Siempre veremos
la puesta de sol de Jamaica tras una nube de humo y con la garganta congelada.
El ron del Caribe brilla sobre la arena blanca.
Yo necesito que
mi vida pase en Londres. Por el whisky. Porque es mi lugar perfecto para echar
de menos cosas. Demasiadas cosas me atan a Londres.
Cuando me
acuerdo de todas las cosas que tengo en Londres me doy cuenta de que no me
quiero quedar en Londres por ninguna de esas cosas. Y por eso quiero y necesito
volver. Porque no me valen las cosas que forman este paraíso. Porque no me
valen las cosas que forman Londres. Porque no quiero que lo mejor de mi vida
sean cosas. Porque no quiero que lo mejor de mi vida no sea una persona. Quiero
que lo más importante sea un alguien, no un algo. Y por eso rezo cada día. Rezo
a la nada todos los días para que lo mejor de mi vida sea una persona.
He tenido que
irme hasta Jamaica, he tenido que tragar mucho humo y muchos grados de alcohol
para darme cuenta de esto. Todo tiene que ocurrir en Londres; pero nunca me
habría dado cuenta de esto en Londres.
Por todo esto
quiero volver, y porque sé que cuando Bob dijo que todo hombre tiene derecho a
decidir su propio destino, me lo decía a mí. Me lo decía susurrándome en el
oído mientras viajábamos a su mundo, atravesando el humo del ‘chalice’. Me
decía que las cosas no tienen por qué salir mal. Susurraba que todo saldría
bien. Y yo he tenido que venir hasta Jamaica para escuchar los susurros.
Y por eso
quiero volver a Londres. Por el whisky. Porque es la única botella que me
gusta. Incluso cuando me hace vomitar.
─¿Cuántos litros
de alcohol habremos servido en nueve meses?
─No sé. Lo
suficiente como para arruinar la vida de cualquier persona.
Jet lag y mucho polvo el segundo día del año. Habían
terminado el año tirados en la playa. Y unas cuantas horas después ya estaban
en El Parque de Atracciones. Había mucha nieve en Londres, y las calles de
Belgravia agonizaban como cada invierno. Nadie sabe qué ocurre en las noches de
invierno en Londres.
Estaban
limpiando el local. Preparándolo todo para encender el motor de las atracciones
de nuevo. Wes estaba limpiando el baño. Limpiaba las juntas de las baldosas
como si estuviese restaurando ‘El nacimiento de Venus’ de Botticelli. Pensaba
en lo que pensaba el noventa por ciento del tiempo que estaba despierto. Y
mientras limpiaba las baldosas se volvía a poner nervioso, y sus entrañas se
envasaban al vacío mientras él imaginaba cosas. Imaginaba qué ocurriría en ese
año que empezaba. Jamaica había estado bien, pero la vuelta debía ser mejor.
Acabaron de limpiarlo todo y eran las once de la noche y Londres llevaba mucho
tiempo durmiendo. Wes iba a salir por la puerta. Charlie seguía detrás de la
barra. Wes abrió la puerta y oyó botellas chocando entre sí. Cristales chocando
entre sí. Había dos vasos y una botella de Black Label nueva encima de la
barra. La barra de El Parque de Atracciones solo tenía nueve meses y ya podía
contar millones de historias.
Charlie quería
beber. Charlie sabía que Wes también quería beber. Inmediatamente después de
ver los vasos preparados para la acción sobre la madera, Wes volvió sobre sus
pasos y se dejó caer en una de las banquetas.
─¿Por qué
brindamos?
─Es mejor
brindar por alguien. Por Albert, por ejemplo. Por Bob. Por Marcus, el camarero
del hotel de Jamaica.
─Wes, tú no
quieres brindar por ninguna de esas personas. ¿Marcus? ¿Bob? ¿Quieres que brindemos
por el príncipe Guillermo también? Brinda por Emma, estúpido. Brinda y pide
deseos en cada trago.
Y bebieron tras
hacer chocar los vasos, y Wes pidió un deseo por cada trago. Y después se
marcharon a sus casas, a soñar con el jet
lag, y con los atardeceres infinitos de Jamaica, que nunca olvidarían a los
dos soldados flacos de Londres.
Qué duro es
vivir pensando que nada de lo que haces tiene sentido. Llevo ya bastante tiempo
pensando que solo merece la pena luchar por una cosa. Por una persona, no por
una cosa.
Creo que hay que ser muy valiente para ser feliz en
invierno. El invierno te pone las depresiones en bandeja, y ni siquiera tienes
que estirar el brazo. Te las entrega en mano, y después cada uno decide si las
tira o no. Yo no las tiro nunca. Tengo el síndrome de Diógenes de las
depresiones. Podría contar con los dedos de una mano los momentos felices de
los últimos tres inviernos. Queda claro que no soy valiente. Nunca lo he sido.
Sí, en realidad sí que lo he sido. Pero hace mucho tiempo. Y siempre en verano.
En verano es más fácil ser valiente. Dentro de una hora El Parque de
Atracciones vuelve a abrir. Tercer día de enero. Tercer día en Londres.
El Parque de Atracciones IV, aquí.
El Parque de Atracciones III, aquí.
El Parque de Atracciones II, aquí.
El Parque de Atracciones I, aquí.
El Parque de Atracciones IV, aquí.
El Parque de Atracciones III, aquí.
El Parque de Atracciones II, aquí.
El Parque de Atracciones I, aquí.
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