─Leí hace días que si las ciudades tuviesen sexo,
Londres sería un hombre, París una mujer, y Nueva York una transexual bien adaptada.
Wes rió un poco.
─Sí, Londres es un hombre con un ego desmesurado.
─Un hombre que muy posiblemente fume cigarrillos
Dunhill y beba whisky a deshora.
Empezaba la primavera y el frío iba desapareciendo
de los atardeceres.
Sentados frente a frente, cada uno de ellos como
quien lee a la sombra de un árbol, apoyaban sus espaldas en las bases de dos
columnas en Burlington Gardens.
─Necesito nacer en los años cuarenta para poder
enamorarme de verdad.
─¿Y por qué en los años cuarenta?
─En 1942 nació Jean Shrimpton.
─Puedes buscar a una Jean Shrimpton ahora. Si
existía una en los años cuarenta, no es raro que hoy exista otra.
─No sé. Creo que eso que has dicho es una
contradicción en sí misma. Me gustan las tetas pequeñas. Jean Shrimpton tenía
las tetas pequeñas.
─A mí también me gustan.
─Pero creo que no les hacemos justicia llamándolas
solo “tetas pequeñas”. “Tetas pequeñas” quiere decir tetas discretas,
elegantes, casi tímidas... Incluso diría que las tetas pequeñas ni siquiera
tienen por qué ser necesariamente pequeñas.
─Es verdad. Hay tetas grandes, o normales, que
tienen ese mismo carácter.
─Justo esa es la palabra; son tetas con carácter, o
mejor, tetas con personalidad. Ni pequeñas ni grandes, sino con personalidad.
─¿No serán las chicas las que tienen personalidad?
─Sí, chicas con personalidad y tetas con
personalidad suelen ser complementarias. Sí, tiene sentido. Las tetas de Jean
Shrimpton eran perfectas. Esa es la palabra para las tetas: perfectas. Pero
ella era mucho más que eso; era pura proporcionalidad.
─Porque todo es cuestión de proporciones, ¿verdad?
─Absolutamente todo.
Las ojeras de Wes llevaban muchos días
arrastrándose por el suelo. Pero la angustia y la apatía parecían haberle dado
una tregua esa tarde.
─Es difícil pensar en tetas y no sonreír. Cuando
digo tetas no me refiero a almacenes con estanterías llenas de tetas. Me
refiero a pensar en las de una persona concreta. Recordar o imaginar a una
chica y recordar o imaginar sus tetas. Creo que, definitivamente, las tetas son
de lo más maravilloso que hay en el mundo.
─Sí, seguro que lo son.
Londres aguantaba el brillo amarillento del final
de un espléndido día de marzo. Los ojos de Wes y los ojos de Charlie parecían
contener, contenían, millones de emociones intensísimas y contradictorias, y a
la vez transmitían que esas emociones les regalaban, temporalmente y sin
explicación alguna, un momento de gran serenidad. La gran serenidad era estar
sentados en unas escaleras de piedra, fumando, hablando banalidades. Justicia.
Compasión. Necesidad.
─Tengo la sensación de que aceleramos cada vez más
y no tengo ni idea de hacia dónde. Siento que aceleramos más cuanto más
empeoramos.
─Ni se te ocurra pensar esas cosas. No podemos
dejar que nuestro cerebro se acomode en una agonía perpetua que solo lleva a
pudrirnos aún más. Piensa en este cigarro, en este rato, en el Támesis, en cada
paso que das sin derrumbarte. Porque no podemos derrumbarnos a nosotros mismos.
Era imposible que Albert se fuera sin dejarnos algo bueno. Y precisamente lo
bueno que nos ha dejado es que se ha ido, porque ahora tenemos un motivo
consistente para seguir avanzando. Debemos ir adonde quiera que tengamos que
ir, pero siempre teniéndole presente, y siendo lo que somos, porque así es como
tiene que ser.
Wes no pudo evitar que sus ojeras brillasen. En el
fondo, no podía estar más débil. En el fondo, nada podía ir peor. La última
tabla a flote era Charlie. Inmediatamente después de acabar de hablar con la
voz entrecortada, también con los párpados humedecidos, Charlie hizo un breve silencio
de recuperación y poco a poco dejó que se le escuchase susurrar.
─Rise up this mornin', smiled with
the risin' sun, three little birds, each by my doorstep, singin' sweet songs,
of melodies pure and true, saying', "This is my message to you".
Los susurros se convirtieron en delirantes gritos
rotos que cantaban esa canción sin motivo alguno. O al menos eso es lo que
pensó Wes en un primer momento, anticipándose mal a sus propios sentimientos.
Charlie era optimista. No lo podía evitar. Uno de
esos optimistas con motivos de sobra para ser pesimista. A Charlie le sobraban
situaciones en su vida en las que podría haberse tirado por la borda, y sin
embargo, ahí estaba, tirado en unas escaleras recitando con un tono oxidado,
siguiendo el ritmo con golpes en el pecho, desde lo más profundo de su
garganta.
─¿Sabes? A veces sueño que llama a mi puerta, y yo
no abro porque creo que no lo merezco.
─¿Volvemos a hablar de tetas?
─Volvemos.
─Estoy seguro de que ella sonríe todos los días.
─Yo también.
─Y sabes que tú no lo haces.
─No, no soy lo suficientemente inteligente,
supongo.
─No es inteligencia, es sencillez. Hazlo sencillo,
hermano. Sencillo. Ya está bien. Ya está todo dicho. Ya está bien de puntos
muertos, de pensar y de repensar. Prometámonos que los que vengan serán tiempos
de hacer cosas, y no tanto de pensar o decir.
Charlie se puso en pie, agarró de las manos a Wes y
le puso también en pie. Se tiró del pelo hacia arriba y después lo volvió a
mezclar todo de forma imposible, como siempre.
─Hoy no abriremos. Ni hoy ni mañana. Ni pasado
mañana, probablemente.
─Está claro Soldado Atkinson, está claro.
Para cualquier persona que no fuese Charlie, esa
reacción de Wes, esa forma de despertar su propio mundo, no se podía justificar
de ninguna manera. Pero no hubo problema, ya que era Charlie el único ser que
acompañaba a Wes en ese momento.
─Espero poder decir dentro de mucho tiempo que
mereció la pena.
─Yo también lo espero, y si no, será algo de lo que
avergonzarnos con orgullo. Todos necesitamos hacer cosas de las que
avergonzarnos dentro de mucho tiempo.
─Avergonzarnos con orgullo. Juraría que eso es lo
que nos ocurrirá con la historia de El Parque. Nos avergonzaremos con orgullo
de todas y cada una de sus noches.
Hablaban en un pasado excesivo de El Parque de
Atracciones, y en un futuro aún más excesivo de lo que vivirían después de todo
lo poco que llevaban vivido. Habían generado, una vez más, un vacío temporal en
sus vidas. Un vacío que ellos tendían a tomar como un descanso pero que,
peligrosamente, cada vez se parecía más a un tiempo de descuento, medido en
sangre goteante.
─Cada segundo pienso una cosa distinta. No sé si
deberíamos acabar con esto así.
─Las despedidas son una mierda, y esta lo será
igual, ya sea ahora o dentro de cien años. Abrámoslo por última vez si quieres,
pero solo para nosotros dos. Cogemos una botella de escocés, mucho hielo, mucha
música y hasta que nos caigamos al suelo. Y mañana será otro día. Mañana será
otra vida. De nuevo, hasta que salga bien. Hasta que, de una puta vez, no nos
debamos nada a nosotros mismos.
Las ojeras de Wes llevaban muchos días
arrastrándose por el suelo, aunque súbitamente, se habían difuminado un poco.
─Compro.
Charlie hablaba con una emoción desbordante que
hacía que se ahogase al terminar cada frase. Él también estaba sobrepasado por
las circunstancias. En realidad ambos llevaban años sobrepasados por muchas
circunstancias. Pero Charlie controlaba mucho, controlaba de verdad; solo esa
noche estuvo a punto de estallar, al mezclar demasiado dolor con demasiada
euforia injustificada, pero necesaria.
Desórdenes fisiológicos desembocan en desórdenes
mentales que desembocan en desórdenes emocionales que, aunque parezca
imposible, pueden ser útiles en algunos momentos. Y aquella noche, Charlie
consiguió resucitar a Wes un poco más.
El
Parque de Atracciones se ha acabado, y sin embargo parece que Charlie y yo no
nos agotamos nunca.
Es
muy cierto que llevamos algún tiempo (seguramente demasiado) viviendo como si
estuviésemos tirando de los restos de nosotros mismos. Eso reflejan nuestras
caras.
El
Parque de Atracciones se ha acabado pero el resto tiene que seguir. No sé ni
cómo, ni hacia dónde, pero tiene que seguir.
Solo
porque cuando esto se acabe tiene que quedar alguien que pague la cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario